23 febrero 2011

El revisor

Se abrieron las puertas del vagón y fue uno a uno disparando a cada uno de los pasajeros que allí se encontraban. Al entrar en el siguiente vagón decidió ser aleatorio dejando con vida a algunos, arrancando el último aliento a otros. Daban lo mismo las súplicas, los actos de valentía y las peticiones de intercambio. Tenía hambre, iba a devorarlos a todos. El tren se movía con cada uno de sus pasos, podía sentir su funcionamiento al disparar con su rifle contra aquella gente desprotegida que trataba detenerle lanzándole maletas, intentando correr al lado contrario, algunos lo conseguían, otros no, él decidía, él podía deternerlos, él acabaría con todos ellos.
Cuando el tren se detuviera, bajaría en la estación y continuaría su trayecto, sin mirar atrás. Aguantará el resto del viaje entre gritos y sangre. No era la primera vez, lamentablemente. Lamentablemente, tampoco la última.
¿Qué te lleva a hacer algo así? Tantas cosas que si las unes solo puedes decir ninguna, todas igual de importantes, con la misma insignificancia, tan importante, tan insignificante como lo es la vida humana.

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